Enhorabuena Paula!!
Primer premio del concurso de relatos históricos organizado por la Asociación Cultural Fernando el Católico de Madrigalejo.
Aquí os dejo el relato ganador:
EL PRINCIPIO DEL FIN
Con premura, partimos diligentes desde Plasencia a Guadalupe, para asistir al capítulo de las órdenes de calatrava y alcántara. Pero este camino que se nos antojaba sencillo, tuvo como consecuencia un final atroz.
Era una tarde fría y ventosa como cualquier otra de enero. Me hallaba abstraído. Estaba ensimismado apreciando la belleza del paisaje que nos rodeaba. Intentando grabar en mi memoria cada árbol que dejábamos atrás. Los soldados miraban severos, pero desganados al frente. Entonces me fijé en el rey Fernando. Parecía que le costaba mantener los párpados abiertos. Estaba blanco como la nieve. Incluso creí vislumbrar gotas de sudor bajando pausadamente por su frente.
-Su majestad, ¿se encuentra bien? Tiene el rostro pálido. –Le dije con inquietud y desasosiego.
-Apacíguate Galíndez, me hallo en perfecto estado, solo es cansancio, la edad ya no perdona. –Me respondió con un amago de sonrisa, pero que acabó convertida en una mueca.
Proseguí mi camino, dejando atrás a mi rey, dudoso de la franqueza de sus palabras. Cabalgamos durante horas, hasta que en el silencio de la fría tarde de enero, un golpe repentino y seco resonó en la angosta senda por la cual nos dirigíamos. Todos los que allí nos encontrábamos giramos súbitamente la cabeza hacia atrás para encontrarnos a nuestro monarca yaciendo inconsciente en el suelo.
Con presteza nos apeamos del caballo para socorrer a su majestad. El caos se adueño de la situación. Soldados se arremolinaron en torno al rey.
Siendo allí el único cuerdo en un mar de locos, me sentí con el deber de redirigir la situación.
-¡Suban a su majestad de nuevo al caballo! ¡Debemos localizar con prontitud la localidad más cercana! –Grité a todo pulmón intentando calmar las aguas que repentinamente se habían vuelto turbulentas.
Con rapidez, cabalgamos hacia el pueblo más contiguo, Madrigalejo.
Lo único que se oía en las humildes y silenciosas calles de Madrigalejo, eran el tronar apresurado de los cascos de los caballos contra el suelo. Transeúntes miraban atónitos la escena que ante sus ojos tenían.
Con afán, hallamos refugio en la casa de Santa María, donde el rey, solía pasar diferentes jornadas durante el año. Era propiedad de los monjes del Monasterio de Guadalupe. No era una hospedería, pero el hecho de ser el rey Fernando el que solicitaba alojamiento, propició que nos albergara a él y al séquito que le acompañaba.
Una vez allí, acomodamos al rey, aún desfallecido, en la mejor habitación de la casa, en la cual, pernoctamos parte del séquito que le acompañaba. El resto del acompañamiento lo esperaba en Guadalupe.
Me desvelé a mitad de la noche, preso de la preocupación que estas circunstancias me causaban. Después de tantos años sirviendo como consejero a ambos Reyes Católicos, me consideraba un leal compañero del rey Fernando. Recordando todas y cada una de sus hazañas. Le tenía en gran estima, por lo que su precipitado final me afectaba.
Transcurrí el resto de la noche haciéndome a la idea de que el final estaba cerca.
Al amanecer me dispuse a verificar el estado en el que el rey se encontraba.
Lentamente, abrí la puerta de la alcoba en la que el rey había pasado la noche. Me acerqué para comprobar que se hallaba despierto, inmerso en unos escritos.
-Su majestad, siento importunarle, solo quería constatar en que condición se hallaba.
-Galíndez, vos siempre tan desasosegado. No has de preocuparte. –Me respondió sin siquiera levantar la cabeza del papel.
-Mi rey, no sé si es usted consciente del agravamiento de la enfermedad que padece. –Dije en un momento de valentía.
-Sí, lo sé. Por ello, me encuentro redactando mi último testamento y voluntades. –Me contestó, aún sin mirarme.
-Entonces le dejo solo mi señor, siento haberlo molestado. –Le dije mientras cerraba la puerta detrás de mí.
El resto de la corte debería de haber llegado ya a Guadalupe, por lo que, antes del atardecer a más tardar, al enterarse de la gravedad del monarca, la reina Germana de Foix estaría aquí para acompañar a su esposo en su lecho de muerte.
A cada hora que pasaba, el ambiente de los que allí acompañábamos al rey se volvía más lúgubre y funesto.
Me costaba creer que el rey Fernando, un hombre aguerrido e inteligente, tal y como demostró en su reinado, se encontraba postrado en una cama, dando su último respiro. Él hombre que ganó la batalla de Toro y el que reconquistó Granada, estaba cerca de su hora final.
En pocos años, ambos reyes católicos, apaciguaron los territorios, lograron reconquistar el reino nazarí y colaboraron con su ayuda al descubrimiento de una nueva ruta atlántica hacia las Indias Orientales. Aquella hazaña, que llenó de prestigio a los reyes Fernando e Isabel, fue un milagro. Eran unos emprendedores natos. Mientras muchos dudaban de la viabilidad del proyecto de Colón, ellos consiguieron ver el potencial de aquella expedición. Parece mentira que este hombre, este héroe que tanto ha hecho por su reino, vaya a dejar este mundo a causa del abuso de cantárida, un afrodisiaco, en un intento por lograr un heredero varón con su esposa Germana de Foix, la cual, le acosaba en su ansia de tener descendencia a toda costa.
Me hallaba sumido en mis pensamientos, en los recuerdos sobre aquel que nos abandonaba, cuando uno de los soldados osó sacarme de mis ensoñaciones.
-Galíndez, acaban de llegar el embajador del príncipe Carlos de Gante, Adriano de Utrech, la reina Germana de Foix, y el nieto del rey, el infante don Fernando de Aragón.
-¿A qué esperas? Déjalos pasar de inmediato. –Dije indignado. Vaya panda de necios. –Y acompáñalos a la alcoba del rey.
Pasaron las horas, y lo único que se alcanzaba escuchar era un silencio ensordecedor. El aire se me antojaba espeso contemplando el final que se cernía sobre nosotros. Aun me costaba asimilar que el rey Fernando, al cual tenía en alto aprecio, no fuese a pasar de esta noche. Pero lo que más me sorprendía aun, era la serenidad con la cual estaba afrontando esta situación.
Harto de la monotonía de los minutos y la incertidumbre del no saber, me encaminé a la habitación del rey. Respiré profundamente tratando de calmar mis ansias, y repiqué la puerta mientras acomodaba mi ropa ya sucia y arrugada.
-Adelante. –Escuché la voz apagada y angustiosa de la reina a través de la puerta.
Con sumo cuidado para no hacer ningún ruido abrí la puerta y me adentré en la habitación. Los nervios por la intrusión que acaba de realizar, habían desaparecido al contemplar las circunstancias en las que se hallaban los monarcas.
-Quería hacerles saber que si necesitan algo me hallo a su completa disposición. –Utilicé a modo de escusa.
-Gracias Galíndez, eres muy considerado, pero me temo que lo que necesitamos no nos lo puedes ofrecer. –Dijo susurrando afligida. Suspiré.
-¿Cómo se encuentra? –Pregunté acercándome a la cama del rey.
-En las últimas Galíndez… -Me contestó apagada.
-Realmente lo lamento mi señora. –Intenté consolarla en vano.
-Yo también, yo también… -Se le escapó un sollozo casi inaudible.
Abandoné la habitación al dar por finalizada a conversación, pues no tenía nada más que ofrecer para mitigar el sufrimiento por el cual estaba pasando. Miré hacia la ventana y me di cuenta de que la oscuridad se había hecho dueña de la noche, al igual que de nuestros corazones. La parca está cercana.
Al día siguiente me despertaron los sollozos de la reina al descubrir muerto a su esposo en la cama.
En ese momento la penumbra se apoderó de nosotros. Daba la sensación de que todo se ralentizaba a mi alrededor. Sentía que me hallaba en un momento de vacío. No captaba sonido alguno, solo el desgarrador llanto de la reina y el del aire al silbar y agitar las ramas de los árboles desnudos. Ni siquiera sentía frío. Ya no. Un entumecimiento se había apoderado de todo mi cuerpo. Me costaba pensar con sensatez. “Viuda, joven y viuda” pude llegar a entender en escasos segundos de lucidez que gritaba la reina.
-Adiós, mi fiel compañero. –Susurré para mi mismo.
En la ventosa y fría madrugada del 23 de enero de 1516, Fernando II de Aragón, llamado el Católico. Rey de Sicilia, de Castilla como Fernando V, de Aragón y de Nápoles como Fernando III, fallece.
Por fin su alma se ha liberado, para reunirse con su Dios, y su querida y amada esposa, Isabel.
Enhorabuena Paula!! Me encanta tu creatividad y como ves, está dando sus frutos. Espero que le saques mucho partido a esa tablet que te van a regalar. Te la mereces, sigue así!! Me siento orgullosa como tutora :))
ResponderEliminar¡Enhorabuena Paula! Excelente relato, sigue potenciando esas magníficas aptitudes para la escritura y disfruta de la victoria.
ResponderEliminar¡Enhorabuena Paula! No solo has sabido documentarte perfectamente para escribir el relato, sacando el jugo al momento histórico, sino que has sabido llegar al jurado con tus frases cargadas de ritmo, creatividad y emoción. Me siento, modestamente, orgulloso por animarte a escribir, y a que lo sigas haciendo en el futuro, porque en tus letras hay talento, mucho talento.
ResponderEliminarFelicitar también a los demás participantes de nuestro centro, que aunque no han conseguido ganar el premio, han hecho muy buenos ejercicios de empatía, que era lo que nos marcamos como objetivo en clase. Juntos hacemos un centro mejor.
Enhorabuena!! tu relato me ha enseñado mucho sobre los últimos momentos de la vida de Fernando "El Católico". Estoy con José Luis y con Jorge, sigue escribiendo!! desde luego se te da muy bien!! Felicitaciones otra vez!!
ResponderEliminarEnhorabuena Paula! Muy buen relato. Continúa desarrollando estas estupendas dotas narrativas que tienes. Estamos muy orgullosos de ti!
ResponderEliminarEnhorabuena campeona!
ResponderEliminarCuánto talento, por favor! Sigue sacando partido a todo tu potencial y disfruta de tu éxito
¡¡FELICIDADES!!! Eres toda una artista. Necesitamos jóvenes como tú que construyan un futuro más creativo y diverso. Sigue así, llenando nuestras vidas con tu personalidad.
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